Argos fue el nombre de un gigante de cien ojos y de una ciudad griega de hace cuatro mil años.
También se llamaba Argos el único que reconoció a Odiseo, cuando llegó, disfrazado, a Ítaca.
Homero nos contó que Odiseo regresó, al cabo de mucha guerra y mucha mar, y se acercó a su casa haciéndose pasar por un mendigo achacoso y haraposo.
Nadie se dió cuenta de que él era él.
Nadie, salvo un amigo que ya no sabía ladrar, ni podía caminar, ni moverse si quiera. Argos yacía, a las puertas de un galpón, abandonado, acribillado por las garrapatas, esperando la muerte.
Cuando vio, o quizás olió, que aquel mendigo se acercaba, alzó la cabeza y sacudió el rabo.
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Galeano, E., Espejos, Una historia Casi Universal, Ed. Siglo XXI: Madrid, 2008