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Su cabello era fina como la seda; los ojos, grandes y luminosos, grises y penetrantes. (…) La nariz era larga y recta, y los rasgos muy finos; la boca, extremadamente hermosa. Era pálido, exagüe, de piel bellamente olivácea. Miraba de manera triste y melancólica. Era sumamente delgado… pero tenía fina apostura, un porte erguido y militar, y caminaba rápidamente.  Lo más encantador de él, sin embargo, eran sus modales. Era elegante. Cuando miraba a alguien parecía capaz de leer sus pensamientos. Tenía una voz agradable y musical, pero no profunda. Vestía siempre chaqueta negra … No seguía la moda, sino que tenía su propio estilo.

La madurez física le sentaba bien. Sus pulcras si bien algo raídas ropas, invariablemente negras, le daban un aire fatal al sentido byroniano (…). Era bello, fascinador, hablaba admirablemente bien, miraba como si devorara con los ojos.

Su conversación alcanzaba a veces una elocuencia casi sobrenatural. Modulaba la voz con asombrosa destreza y sus grandes ojos, de variable expresión, miraban serenos o infundían una ígnea confusión en los oyentes, mientras su rostro resplandecía o manteníase inmutablemente pálido, según que la imaginación apresurara a correr de su sangre o le helara en torno al corazón.

Cortázar, J., Poe Cuentos 1,  Alianza Editorial, Madrid: 2010

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